
En la muerte de Jesús, de su corazón brota sangre y agua.
La sangre de la redención, símbolo del amor más grande, de la vida entregada por nosotros.
El agua es signo del Espíritu, la vida misma de Jesús que ahora, como en una nueva creación, derrama sobre nosotros.
La cruz, erguida sobre el mundo, sigue en pie como símbolo de esperanza y salvación.
Contemplemos a Jesús. Como él, sirvamos nuestra vida al amor, al cuidado.